Los servicios que trabajamos en el ámbito de la protección a la infancia-adolescencia, quienes trabajamos con niños, niñas y adolescentes hemos sido interpelados en las últimas semanas ante los desgraciados episodios violentos que han sido protagonizados por algunos menores.
Qué hemos hecho, qué hacemos, qué se puede hacer. Qué soluciones se pueden encontrar para lograr que sucesos así no se repitan. Protección, castigo, derechos, obligaciones. Etcétera. Interrogantes demandados por buena parte de la población preocupada por una supuesta violenta deriva de nuestros jóvenes. Conceptos que manejamos y preguntas que nos hacemos y tratamos de responder aun asumiendo que no es fácil hallar una respuesta.
Partiendo de la suposición expuesta, es conveniente plantearse si la juventud evoluciona de forma más violenta o agresiva que antes. En estos casos, nos surge establecer comparaciones con el pasado, hacer el ejercicio, por parte de los y las adultos, de recordar cómo éramos hace unas décadas. Así, la percepción es que peleas, agresiones, robos e incluso asesinatos en los que han estado implicados menores de edad han ocurrido casi siempre.
Quizá sí es necesario tomar en consideración algunos aspectos que, bajo nuestro punto de vista, sí pueden diferir con ese pasado reciente. Uno de ellos tiene que ver con la saña o la crueldad que, a veces, se dan en este tipo de situaciones o en otras, como por ejemplo, el acoso escolar. Hablamos de una excesiva violencia, una agresividad gratuita, en la que la empatía y la consideración brillan por su ausencia.
Asimismo, nos llama la atención el hecho de que, en algunos de estos episodios, se da una evidente falta de respeto al mundo adulto, incluso al de más edad, una auténtica declaración de pérdida de referenciabilidad hacia quienes antiguamente sí lograban infundir respeto o autoridad. En ambos casos, que quede claro, dichos aspectos no son representativos o relevantes. Son o pueden ser síntomas de un nuevo tiempo.
Muchos estudios apuntan a que los índices de delincuencia en nuestro entorno han disminuido, dato que, como comentamos, choca con una percepción social aumentada.
En este sentido, queremos llamar la atención sobre la posibilidad de que la sobre-exposición mediática pueda estar alterando la percepción social, pero a su vez influenciando los propios comportamientos en los jóvenes implicados. Desde ese punto de vista, también nos preguntamos si todo este maremágnum mediático puede llegar a generar una especie de efecto de contagio o imitación.
Las causas que nos surgen son variadas: posibles problemas de salud mental, déficits educativos, familias desestructuradas, ausencia de referentes adultos, una cada vez mayor tendencia al individualismo en conjunción a la desaparición de una red comunitaria, la hegemonía del principio del placer (“lo quiero ahora y lo quiero ya”) y una cierta cosificación de las relaciones, entre otras muchas razones.
Así, identificando esas causas, tendremos que actuar con carácter preventivo, incidiendo en las raíces para que las plantas que germinen lo hagan adecuadamente, al menos desde el punto de vista de la convivencia social. Y, por supuesto, en ese sentido, somos las personas adultas quienes hemos de predicar con el ejemplo, de forma que podamos volver a ser referentes adecuados para todos estos chicos y chicas.
A pesar de ello, nos queda la impresión de que mucha gente pueden pensar que lo que se necesita es mano dura, que tiene que haber castigos ejemplares para los menores que cometen delitos graves. No debemos dejar de escuchar estas voces. Tendremos que redoblar esfuerzos para, aun manteniendo nuestro discurso, no alejarnos de la población que pide una respuesta más eficaz, más visible. No podemos situarnos exclusivamente en un plano teórico, lejos del suelo que pisamos todas las personas..
Desde ese punto de vista, consideramos que algunos de estos chicos y chicas tienen que ser plenamente conscientes de que lo que han hecho es muy grave. Se les podrá acompañar, se podrá estar al lado de ellos y ellas para hacerles ver que, en algunos casos, lo que han hecho puede tener una explicación pero que esa explicación no les exime de responsabilidad y que sus actos han de tener consecuencias. Consideramos que, si no somos capaces de transmitirles eso, si no son capaces de comprender esa relación causa-efecto, no les estaremos ayudando.
Volviendo al principio, con todo, volviendo a la pregunta de qué se puede hacer, esperemos que con lo expuesto se vea que es mucho. Hay mucho trabajo por llevar adelante y es tarea de todos y todas. Es mucho y muy importante lo que está en juego, fundamentalmente el bienestar de niñas, niños y adolescentes y la convivencia de todos los que componemos el espacio común. Las respuestas no son sencillas, no tenemos varitas mágicas y es imposible garantizar éxitos pero no queda otra que seguir.
*Imagen vía Flickr CC