Hoy has madrugado más que ayer, más que estos otros días, a las 6:41. Te has levantado de la cama y dirigido a la cocina. No has desayunado. Frente al espejo del baño has permanecido quieta un largo tiempo. Te has maquillado con el “Rimel” caro que hará seis días te regaló tu chico y has pintado tus labios de rojo. No te vale; en tu cara no hay luz
A las 7:36 has salido de casa en dirección al trabajo. Te has detenido en la floristería que tiene Walter a poco más de cien metros de tu casa, como todas las mañanas, mirando las rosas blancas; y como otras veces, no has comprado ninguna. Pero antes de partir, has rozado suavemente una de ellas con los dedos de tu mano izquierda.
Has continuado tu camino; andas un poco tarde. A las 7:58 has llegado a la universidad de “St. George Collegue”, donde das clases. En el descanso, sobre las 11:17, has salido frente a la puerta a tomarte un café. Un descafeinado con una nada de leche. Has recibido una llamada y la has atendido. Has querido reír y mostrarte más alegre; te cuesta mucho. Algún plan para la tarde. A Las 11:44 has vuelto a entrar dentro, con Turner, el profesor de física. A las 19:02 has salido por la misma puerta, con tu chaqueta y la bufanda roja. No tienes que entrar dentro hasta mañana.
A las 19:13 un Opel Astra se ha detenido frente a ti. Has querido sonreír. No te ha resultado fácil. Has abierto la puerta, te has sentado dentro, has cerrado y habéis salido, hacia la izquierda tras la primera curva. El coche se ha detenido frente al cine Odeon, en “Elisabeth II St.”. Habéis salido del coche, tu chico y tú. Él ha pasado su brazo por encima de tu hombro y habéis entrado dentro.
A las 22:11 salís del cine. Tienes frió y tu chico se ha quitado la chaqueta para abrigarte con ella. No es eso; sigues sintiendo el mismo frió. Entráis en el coche y son las 22:12, Os dirigís a tu casa. Las 22:27 y el coche ha parado frente a tu portal y tu chico sale contigo para despedirse. Con sus manos en tus hombros, ha querido besarte. Has ladeado ligeramente tu cara a la derecha. El beso la has sentido en la mejilla izquierda. Te ha dado las buenas noches, ha entrado en su coche y ha marchado. Te has quedado mirándolo según se alejaba, a las 22:31. No hay sonrisa, aunque si una leve felicidad.
Entras al portal y subes las escaleras. Son las 22:36, una vez en casa, lanzas las llaves al sofá, junto a la chaqueta y tu bufanda. Te diriges a la cocina con algo de hambre. Cuando lo has visto, tu cara ha sonreído; esta vez sin esfuerzo. De alguna manera, ya sabes que no ha sido tu chico. Él no es de hacer estas cosas. Cuando has cogido las dos rosas blancas con tus manos, te has dado cuenta del pequeño papel que pendía. Lo has leído. Lo sé porque te lo he leído en tus labios. Quizás sea porque te resulta grato tener un ángel protector a sentirte sola. Quizás sea que has adivinado que se trata de mi letra; pero a las 22:41, has vuelto has sonreír sin esfuerzo.