Aupa a toda la chavalería que seguís nuestro blog. Solventadas las dificultades técnicas que nos han paralizado una temporadita, comenzamos de nuevo la publicación de los post.
En este de hoy, vamos a plantearos una situación real, aunque la hemos maquillado un poco para que no reconozcáis a los/as protagonistas. Comenzamos.
El viernes pasado, nos telefoneó un chico. Estaba preocupado, confundido y bastante nervioso. Cielos, ¿todo eso? Pues sí.
Llamaba para contarnos un caso de acoso que conocía de su instituto. Un grupo de chavales/as, habían abierto un perfil falso en una red social desde donde insultar y malmeterse con un compañero. Durante prácticamente un año, se dedicaron a pasarse de la raya con él. Os podéis imaginar. La cosa les parecía divertida, ahí todos/as en grupo y sin dar la cara. ¡Qué valientes…!
Nadie dijo nada. Nadie “se chivó”; es decir: no hubo piedad ni ayuda para aquel compañero que, de un día para otro, comenzó a sufrir una persecución que a cualquiera le podría dejar hecho polvo. Los demás observaban desde la complicidad del silencio y desde el pensamiento: “menos mal que no me lo hacen a mí”.
Resultó que la persona agraviada decidió acabar con el acoso. Muchas veces la única manera es pidiendo ayuda : en casa, al profesorado, en la cuadrilla, a quien sea. Pedir ayuda antes de que la situación sea más grave y se descontrole hasta ese punto…
Así, la persona acosada se lo contó a los padres, que en cuanto entraron en la red social, consiguieron información de las personas que estaban tras ese perfil. Ya no era tan impune el escondite, puesto que se pudo acceder a la identidad de quienes estaban haciendo el daño.
Conclusión: de las seis personas implicadas a varias les han caído tremendos castigos por parte de sus padres y madres. Parece ser están sinceramente arrepentidos y reconocen que no tenían conciencia del daño que estaban causando. ¡A ver si es verdad!
Una cosa: si no sabéis si algo puede estar bien o mal, o si causa o no daño, haced una prueba, pensad : “¿cómo me sentiría si me ocurriera a mí?, ¿me gustaría?” Es lo que se llama empatía, ponerse en el lugar del otro.
Nuestro llamante, nos contó algo más. Algo muy importante.
“ Lo peor es que había uno que era el peor de todos. El mismo que, cuando le pillaron, dio los nombre de los demás. ¡¡Pues a ése, no le han dicho nada sus padres !! Sabíamos que sus padres pasaban de él, pero no hasta este extremo»-nos contaba por teléfono–
Qué pena de chaval y que pena de padres. Porque si tras lo que ha ocurrido, tras el delito cometido, que está castigado incluso con penas de prisión, no hay una respuesta… Si en casa no ayudan a reflexionar sobre lo que está bien y está mal, y sobre el daño que se ha producido… ¿Qué pasa con esas personas cuyas acciones no tienen consecuencias? ¿Qué pasa con esos padres o madres?