Es típico escuchar a la gente hablar sobre el año transcurrido, los planes satisfechos o los que faltan por hacer y, los proyectos y expectativas que vendrán para el año que viene.De pequeña, recuerdo haber escuchado a los adultos hablar sobre esta clase de cosas. Yo no lo entendía, ya que para mí, las Navidades significaban reuniones familiares, regalos y comida, sobre todo mucha comida; ah, y vacaciones, casi me olvido.
Recuerdo que quedaba con mis amigas el 25 de Diciembre y nos enseñábamos las unas a las otras lo que nos había traído Olentzero. Jugábamos hasta hartarnos y fichábamos aquellos regalos que, quizás, si nos portábamos bien, en un futuro serían nuestros (los pondríamos en la próxima lista de regalos).
También recuerdo aquellos comentarios que me hacían mis abuelos: << ¿te has portado bien este año? ¿Qué vas a pedir para el nuevo año? >> Esta última pregunta no la entendí bien del todo, porque creía que hacía referencia a los regalos que iba a pedir. Ahora, que han pasado unos años, sé cuál es el significado de esa cuestión: cuales son las expectativas que tengo para el nuevo año (lo que estudiaré, cómo me organizaré, los proyectos que construiré…).
Creo que en la medida que nos hacemos mayores, los significados de las cosas cambian, la mayoría de las veces; aunque no siempre, y menos mal. Recobrar las sensaciones de la niñez son tan importantes como aceptar las que tenemos ahora o las que tendremos cuando seamos adultos, porque es importante seguir jugando con el niño/la niña que llevamos dentro. A veces me gustaría volver a esas Navidades que, con 7 añitos todo me parecía mágico: las luces del árbol, los cánticos, ver a los/as de mi familia disfrazados/as haciendo el payaso…, así que creo que estas Navidades retrocederé en el tiempo, me disfrazaré, cantaré, encontraré en cada detalle la magia del momento y compartiré estos días con los/as más peques de la familia, porque dicen que casi todo se contagia, y la magia es una de esas cosas.