Aquel señor de traje diario decidió pasar unos días de merecido descanso en un pueblo costero. Quería huir del ruido de los coches, de los horarios agobiantes y de las prisas sin sentido.
Una vez llegó a su destino, aparcó el BMW en el puerto, se desabrochó el nudo de la corbata de seda y puso pie en tierra firme. Al caminar en dirección del apartamento con vistas que había alquilado, sintió por vez primera el chasquido metálico de sus zapatos de ejecutivo sobre el piso. Dió rápido con el portal. La puerta estaba abierta y la expectativa de un segundo sin ascensor, le hizo resoplar de fastidio.
Se sentía cansado y abatido. Las amplias vistas al mar, lejos de calmar su zozobra le sumergieron en un sentimiento de vació y melancolía. Se rehízo más por voluntad que por deseo y decidió desprenderse del absurdo traje. Una camiseta y unas alpargatas podrían valer para sentirse a tono con el lugar y Continuar leyendo «EL MUCHACHO Y EL HOMBRE»